Chapter Capítulo 90
La Novia Equivocada Novela de Day Torres
JUEGOS DE SEDUCCIÃN. CAPÃTULO 7. La mujer de mi vida Lo único que habÃa en la mente de Rex mientras conducÃa en el tráfico de pesadilla de Nueva York, era que ella habÃa tratado de decirle algo respecto a aquella propuesta y él no la habÃa dejado, solo le habÃa insistido una y otra vez para que la tomara, porque necesitaba una excusa para que ella se quedara con él.
-¿¡Por qué siempre tienes que ser tan egoÃsta, carajo!?âse regañó mientras golpeaba el volante con violencia.
Le daba lo mismo si tenÃa que seguirla por todo el paÃs, por todo el continente o por todo el condenado planeta, pero no habÃa justificación suficiente como para que ella se pusiera en riesgo por él.
Entró a la GalerÃa Kratus y se dirigió directamente a la recepción, lo encaminaron hacia las oficinas de Terry McBride en un segundo y Rex se detuvo delante de aquella puerta listo para derribarla cuando adentro escuchó las voces pasadas de tono.
-¿Sabes cuántos años de cárcel le pueden caer por una denuncia de acoso sexual, señor McBride? ¿Está seguro de que se quiere arriesgar? -siseaba Abby.
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-Yo no te estoy acosando... solo digo que un poco de amabilidad para tu empleador serÃa muy bien recompensada -respondió la voz de un hombre cascada y chillona.
-¡Basta! âgruñó ella furiosa-. ¡Tienes tres malditos segundos para quitar tu mano de ahà antes de que la pierdas! Tres...
El golpe y el grito ahogado advirtieron a Rex, que abrió la puerta de un empujón. Entró preparado para lo peor, y se encontró con la escena más bizarra del mundo.
Terry McBride era un gordo asqueroso cincuentón, y la mano con que aparentemente pretendÃa toquetear a Abby estaba sobre la mesa, abierta, engrapada, mientras ella la sostenÃa por la muñeca con una mano y con la otra golpeaba sobre la engrapadora. Sus mejillas estaban encendidas y tenÃa los ojos brillantes de furia.
â¡QuÃtamela, quÃtamela...! âgritaba Terry adolorido, pero ella simplemente lo ignoró mientras golpeaba la engrapadora otra vez.
-¡Te â dije â que â me â quitaras â la â put@ â mano â de â encima! ¡Cabrón!
â¿Abby? âdijo una voz masculina desde la puerta y ella levantó la mirada.
-¿Rex? ¡Hola... cariño! âmurmuró antes de inclinarse sobre el oÃdo de Terry MacBride-. ¡Y como me llegue una sola demanda él te va a hacer algo cien veces peor, gordo pervertido, asà que aconséjate!
Lo soltó con un gesto de asco y se dirigió a la puerta, colgándose del brazo de Rex y llevándolo afuera.
-¿Estás bien? -preguntó él preocupado y ella hizo una muecaâ. Yo venÃa en plan de caballero andante para rescatarte.
-Eso puedo hacerlo solita -respondió Abby cuando salieron al frÃo de la noche-. Lo único que me molesta es que no pude conseguir una exposición para permanecer en Nueva York. Lo siento... no podré quedarme más que un par de dÃas.
Rex se detuvo en medio de la calle y la miró a los ojos, por un lado adoraba que fuera tan capaz de cuidarse sola, y por otro odiaba que no lo necesitara para nada porque la condenada era capaz de cuidarse sola.
-Ni contigo ni sin ti tienen mis penas remedio murmuró sonriendo, contigo porque no vivo y sin ti porque me muero. @
Abby levantó una ceja sugerente.
âAuch, qué sexy te oyes cuando se te sale el poeta perdido que tienes dentro.
No estoy jugando Abby, quédate conmigo -pidió él y a la muchacha se le perdió la sonrisa â. Para empezar perdóname. Me di cuenta de que tenÃas reparos en tomar esta oferta y aun asà insistà porque soy... bueno porque soy un maldito egoÃsta, pero si te hubiera pasado algo creo que me habrÃa vuelto loco. -Tiró de su mano para estrecharla y Abby lo escuchó suspirar con alivio-. Esto también te lo voy a cobrar cuando te folle salvajemente.
Abby sonrió.
-Es muy lindo escuchártelo decir con tanta seguridad.
Caminaron despacio, en silencio, por toda la Quinta Avenida hasta que llegaron al hotel donde Abby se estaba hospedando.
-¿Tienes alguna exposición pendiente? -preguntó él.
-No, de momento no.
-Entonces ¿qué tengo que hacer para que te quedes?
-Nada, simplemente debo seguir trabajando... lo lamento.
Rex no insistió más, pero esa noche cuando llegó a su puerta no le pidió quedarse. Se marchó a su hotel mientras pensaba en todas las implicaciones de lo que habÃa sucedido ese dÃa y sobre todo de la forma en que se estaba sintiendo. SentÃa que de verdad se habrÃa vuelto loco si a ella le hubiera pasado algo, fuera su culpa o no. La noche entera se le fue buscando formas de retenerla, hasta que se lanzó de la cama y puso manos a la obra.
Al dÃa siguiente se presentó en su puerta a las diez de la mañana y Abby lo miró sorprendida cuando antes que él entró un enorme ramo de rosas rojas.
-¡Ay Dios, Rex! ¿Estás bien? -preguntó viendo que también traÃa una cajita en la mano. ¿ Estás descompuesto, cariño, necesitas una actualización de sistema?
-¡Muy graciosa! -respondió Rex, pero no pudo evitar sonreÃr mientras entraba en su habitación-. Tengo una pregunta importante que hacerte y necesito que me contestes con honestidad.
Abby pasó saliva y dejó las flores a un lado.
-OK.
-Si te doy una excusa para quedarte, ¿te quedarÃas?
La muchacha achicó los ojos.
-Si me estás preguntando si me gustas lo suficiente, la respuesta es âsÃâ, pero no creo que... -¡Muy bien, señorita Lawhe, está contratada! -rio Rex.
-¿Disculpa?
-¿Cuánto cobras por una sesión fotográfica que dure... un mes? ¡Te advierto, es para una exestrella de fútbol muy reconocida!
¡Todo un honor!
Ella se humedeció los labios y se los mordió haciéndolo suspirar.
-Para un trabajo personal de ese tamaño, cobro diez mil al mes. Pero como es para ti... son quince mil.
-¿Todo eso sin sexo?
-Exacto, cero, nada, peladÃn peladón...
-Mala...
-Lo tomas o lo dejas.
-¿A ti?
-¡La oferta, tarado! -se rio Abby.
-¡Por supuesto que la tomo! âdijo él levantándola por la cintura y la pegó a la pared. Sintió que su cuerpo vibraba suavemente contra el suyo y bajó la cabeza, apoderándose de su boca en un frenético beso.
Abby se dejó llevar por el ardiente deseo que crecÃa en su interior y respondió con la misma intensidad, sintiendo que cada centÃmetro de su cuerpo se llenaba de hambre. Rex sabÃa exactamente qué hacer para despertar sus pasiones más profundas.
Su lengua exploró su boca, degustándola con un jadeo entrecortado que no lograba controlarse del todo.
-Solo para que conste -murmuró él con desesperación-, te habrÃa pagado el triple.
-Solo para que conste -sonrió ella toda coqueta-, te lo habrÃa hecho gratis.
Rex se restregó la cara pero acabó apartándose y haciendo un bailecito de la victoria.
-¡Bien, te quedas! ¡Ahora solo tienes que decirme que sà a esto! -se arrodilló y abrió aquella cajita mientras Abby contenÃa el aliento, respirando aliviada cuando se dio cuenta de que solo era una llave.
-¿Esto qué es, muñeco? -preguntó intrigada.
-Tú solo di que sà y yo te lo muestro.
Abby asintió y diez minutos después Rex abrÃa con aquella llave la puerta de un departamento espectacular en el Uper East Side de Manhattan.â
-¿Qué es esto, Rex?
-Bueno, creà que si vamos a pasar el siguiente mes juntos, no tiene ningún caso que estemos en hoteles separados.
-¡Pero... quieres decir...! ¿Vivir juntos?
-¡Oye, oye, tampoco te espantes! Solo será un mes. Y vamos a hacer sesiones fotográficas y esas cosas. Mira, tenemos hasta un estudio enorme donde puedes trabajar... ¡Y mira, paredes acolchaditas...!
La muchacha lo miró dudosa y Rex se dio cuenta de que era la primera vez que intentaba vivir con una mujer como pareja y también la primera vez que una mujer se lo pensaba dos veces antes de aceptar una propuesta suya.
-Abby, eres la mujer más inteligente, linda y amable que he conocido...
-¡Tú lo que quieres es follarme salvajemente contra la pared acolchadita!
-¡Y además lees la mente, es que eres única! -rio Rex-. Dime que sÃ, un mes. Solo eso.
Ella suspiró como si de verdad tuviera que pensárselo.
âOK, un mes. ¡Pero solo un mes!
Y para él empezar por un mes era perfecto. Pronte se dieron cuenta de que ninguno de los dos habÃa tenido una relación seria en su vida, y contarse eso fue una forma de admitir que tampoco sabÃan cómo vivir juntos. Sin embargo, increÃblemente, eso no fue un problema.
Montaron todo lo que Abby necesitaba en el pequeño estudio y le dedicaban una escasa hora al dÃa a tomar fotos impresionantes de Rex para sus fans. A ella le gustaba escuchar sus aventuras deportivas, y Rex se quedaba embelesado cada vez que Abby le contaba sobre los lugares que habÃa visitado para sacar sus fotos.
Se le colaba en la cama todas las noches, pero aunque aquel fuego no se apagaba, el simple hecho de estar con ella valÃa la pena.
-Oye, este departamento tiene seguro, ¿verdad? -preguntó Abby un dÃa esgrimiendo el mango de una sartén como si fuera Rapunzel.
-Sà ¿por qué? -preguntó él impresionado.
-Porque me voy a poner a cocinar, a ver qué tipo de arroz me sale -se contoneó ella.
-¿En serio? ¿Cuál te gusta más? ¿Chino, japonés, rissotto...?
-Quemado, pegado, ahumado, salado, desabrido o crudo. Elige -respondió Abby y Rex le quitó el sartén.
-¿¡En serio no sabes cocinar!? -preguntó divertido.
-¡Oye no me salgas con eso de que el lugar de una mujer es la cocina! -murmuró ella.
-¡Claro que no, el hombre que dice que el lugar de una mujer es la cocina es porque no sabe qué hacer con ella en la cama! -
exclamó Rex poniéndose coquetamente un delantal y levantándola por la cintura para sentarla en una banqueta-. ¡En todo caso el lugar de una mujer en la cocina es sentada, con una buena copa de vino delante, viendo como su hombre le hace la cena! 2 -¡Ay, Dios, ya cállate, me puedo enamorar de ti!-se rio Abby. 2 Rex le sirvió vino y por la siguiente hora ella lo vio desenvolverse en la cocina como un experto. -Entonces. Y tienes que ser completamente sincero en esto. ¿De verdad nunca ha habido algo asà como âla mujer de tu vidaâ? -preguntó Abby con seriedad.
-Si tu pregunta es si amo a alguna mujer más que a ninguna otra en el mundo, la respuesta es SÃ.
-¿Y esa quién serÃa?
-Sophi... -murmuró él con nostalgiaâ. Mi sobrinita.
Abby casi puso los ojos en blanco, ¿de verdad no podÃa llamarla de otra forma?
-¿Vive en Boston?
-No... vive en Europa y hace muchos años que no la veo. Ya debe tener como tu edad... ¿qué edad tienes?
-Veinticinco.
-¡Pues justo tu edad!
-¿Y por qué hace tanto que no la ves? -preguntó Abby y Rex apretó los labios, no solÃa compartir aquello con nadie pero bueno... Abby era Abby.
-Sophi no es mi sobrina de sangre -suspiró. Es la hija de mis mejores amigos. A los dieciséis me dijo que yo le gustaba y... no sé, nunca la vi con esos ojos... y era una niña... ¡mi niña, mi ballenita! No podÃa permitir que arruinara su futuro por un tipo como yo.
Abby casi se escondió detrás se su copa. 1 -Asà que la alejaste âdijo sin mirarlo.
-Hice lo que tenÃa que hacer. Me monté todo un espectáculo con tres mujeres para que se decepcionara... y es muy fácil decepcionar a una niña de dieciséis años.
-¿Lo lamentas?
-Todos los dÃas -murmuró Rex con tristeza-. Pero todavÃa creo que hice lo mejor para ella. Es extraño, pero cuando quieres a alguien, ellos están primero. 1 Abby asintió mientras alcanzaba su mano sobre la encimera y lo hacÃa darle la vuelta. Abrió las piernas para pegarlo a su cuerpo y coló las manos por debajo de su playera, acariciando su espalda mientras él la besaba.
-Tengo hambre â sonrió.
-Ya casi va a estar el...
-No -dijo ella con una voz suave y sensual que le erizó a Rex hasta el alma-. Eso no es lo que quiero comer.